Éste texto fue originalmente concebido para un artículo que me pidieron para el periódico EL ESPECTADOR. La persona que me lo pidió lo hizo después de una entrevista en donde todo el tiempo intentó conducir mis respuestas y forzar, o bien mi suma al coro de la estigmatización, o bien mi propia estigmatización. No dio oportunidad a matices y al final me propuso como para intentar recoger mis opiniones, bien distintas a lo que quería proyectar, que escribiera éste texto. Hizo caso omiso de mi requerimiento de no presentar mi opinión como una opinión de la Mesa Amplia Nacional Estudiantil que si bien ha tenido interesantes pronunciamientos de Derechos Humanos, no posee aún una visión única frente a éste debate, y más bien, por fortuna, mantiene la imprescindible heterogeneidad en el debate. Pues bien, hago la aclaración: éste escrito lo único que busca es incitar la reflexión en torno a los lamentables sucesos de los últimos días y la forma, lamentablemente cotidiana, como fueron tratados por los medios de comunicación. Hasta el momento éste texto no ha sido publicado por el periódico. Ojalá sirva de algo.
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PARA RECORDARLE AL OLVIDO
NO A LAS CACERÍAS DE BRUJAS: NI PERSECUCIÓN, NI SEÑALAMIENTO, NI ESTIGMATIZACIÓN DE LAS UNIVERSIDADES.
Escribo este texto mientras la universidad colombiana está de luto. Un luto que no se ha acabado de gestar pues desde el primer instante cayeron de nuevo las bombas más potentes que pueden caer a la universidad colombiana, que son las de la lupa inquisidora que reviste de complicidad y muerte las graves problemáticas de Derechos Humanos que viven los campus universitarios.
“Se lo merecían” exclaman algunos destilando un odio que ni siquiera comprenden, sin ningún tipo de solidaridad con las familias, y sin dar lugar siquiera a la reflexión. Reclaman desde ya una nueva cacería de brujas en las universidades. No es algo nuevo. La lógica de buscar un enemigo propio de una racionalidad del exterminio al interior de las universidades ha sido un fenómeno permanente propio de las dinámicas de conflicto por un lado, y por otro, de la existencia siempreviva de un profundo inconformismo y descontento instaurado en los jóvenes universitarios en el marco de una inmensa pluralidad. Sin embargo la racionalidad unidimensional que reviste la mentalidad de la guerra y la razón por la muerte, no permiten siquiera vislumbrar la inmensa heterogeneidad y riqueza que poseen nuestras universidades: “allá se va es a estudiar”, “la universidad es un nido de terroristas”, “en las universidades lo que hay son infiltrados del terrorismo”, son algunas de las lamentables frases fabricadas a partir de un imaginario que desconoce tanto la realidad de la universidad como su propósito.
La palabra inconforme termina siendo homologa a terrorista, y la noción de protesta por tanto a acción terrorista. Hoy ni siquiera nos han dejado asimilar la noticia y pasar saliva ante la muerte que se asoma y nos entristece. No hemos podido aún guardar en la memoria de la solemnidad a Ricardo y los estudiantes de la Distrital y la UPN, y como una macabra paradoja, ya se exige más muerte, más persecución, y más estigma sobre los campus.
Entonces, de la forma más irreflexiva posible se pide una “reflexión” desde afuera que conduzca a que se amplíe el numero de infiltrados y efectivos de la fuerza pública en los campus. Nadie se detuvo a pensar las implicaciones que esto ha tenido para la autonomía, ni los campos de batalla en los que se convierten eventualmente los campus del saber con muertos y desaparecidos de por medio. En otras palabras se pide que las comunidades no reflexionen, asimilen la violencia legal y guarden silencio sobre los lamentables efectos que ha tenido en el pasado.
Nadie ha respondido todavía por Nicolás Neira, Jhony Silva, Oscar Salas, Julián Hurtado, Gustavo Marulanda, Martín Hernández, Driver Melo, entre una inmensa lista de estudiantes universitarios asesinados en extrañas circunstancias que apuntalan a que las fuerzas de la legalidad se han vestido en varios casos de ilegitimidad y muerte. Los mismos que hoy piden una “reflexión” que conlleve a más militarización de los campus y a que se generalice el imaginario que criminaliza las universidades, guardan un silencio cómplice con la persecución y la muerte emanada, no de la reflexión, sino de acciones profundamente irreflexivas.
Nadie habla sobre el fuerte debate que existe en torno a la existencia misma del Escuadrón Móvil Anti Disturbios –ESMAD-, y poco se conoce de las papas que estos lanzan y circulan en videos por You Tube, o del reconocimiento que miembros de la fuerza pública han hecho de asesinados en los campus como en los casos de los estudiantes Jhony Silva y Oscar Salas. Esto no tiene eco alguno. Pareciera que lo único valido conduce a incentivar la cacería de brujas que termina fomentando cada vez más la lógica del enemigo al interior de las universidades y generando aún peores violaciones a los Derechos Humanos.
La verdad es que en la universidad lo que hay son estudiantes que discuten, disienten, contradicen. Poseen las más diversas perspectivas del mundo y simpatizan con ellas, tal como es posible y deseable en los claustros del saber en sus diferentes dimensiones: políticas, científicas, filosóficas, culturales, artísticas, religiosas, entre otras. Todos pasaron el examen de admisión y tienen el propósito de hacer sus carreras, y viven su vida política, cultural o religiosa bajo sus propias creencias pero también bajo la dinámica de su propia autonomía y responsabilidad. Hay sueños, ilusiones, expectativas y porvenires diversos.
Por supuesto que es impensable propender por una reflexión crítica demeritando la reflexión propia, la que hay que hacer al interior de las universidades alrededor de los distintos sucesos, la que tenemos que hacer los estudiantes, profesores y trabajadores para reivindicar la memoria y no caer en la irreflexión.
La expectativa es que las diversas reflexiones se hagan en el marco del dialogo, como debe ser, y no de la cacería de brujas que ha demostrado no servir para nada. Está suficientemente demostrado que el pensamiento crítico y el descontento en vez de morir, se multiplican ante las dinámicas de persecución y señalamiento. El debate debe contener todos los componentes y no puede, como siempre, apresurarse a señalar y estigmatizar. Al fin de cuentas la lucha más importante que se ha emprendido en las universidades, de la mano de la dignidad, ha sido la lucha por enaltecer la vida. Hoy en Colombia necesitamos volver a pensar en seres humanos y no en enemigos de muerte. No permitamos que se deshumanice la universidad. A la juventud, sus inquietudes, sueños e incertidumbres, es necesario valorarlos como se valora la esperanza.
Entretanto hay que depositar una rosa en la memoria, para no olvidar los estudiantes que ya no se encuentran con nosotros.
Jairo Andrés Rivera H.
Estudiante universitario
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